Sólo caminando
encontramos nuestro destino. Recuerdo el día que me compararon el camino de la
vida con el sendero de una montaña. En la montaña nunca sabes lo que te puedes
encontrar. Puedes llegar a un tramo en el que la subida sea muy grande y te
cueste subirla, pero la subes poco a poco, simplemente porque tienes que
hacerlo. Hay tramos más llanos pero que pueden tener piedras y todavía tienes
que andarte con cuidado para intentar no caerte. También puedes encontrar
sitios llanos sin piedras que los recorres a toda velocidad sin disfrutar del
paisaje. Y por fin, llegas al punto más alto de la montaña, el sitio donde
querías terminar el día. Te sientas en las rocas que están más altas y después
de mucho andar, te paras y observas lo que tienes delante pero también lo que
has dejado atrás. Y mirando el horizonte, respiras profundamente el aire limpio
de la montaña, alejado del murmullo de la gente que ya no puede lastimarte.
Finalmente, vuelves a levantarte y decides seguir caminando porque aunque tu
destino era subir ahora debes volver a casa. Y puede que la bajada no sea más
fácil que la subida pero es posible que lo que te espere al final sea mejor que
lo que tienes ahora.